Está dentro
de unas botas que no le gustan, dentro de un jersey de rayas que no, y por
fuera una cazadora ajustada, los calcetines con agujeros, las encías doloridas,
los dientes ajados como la chapa de una Vespa, siempre Levis, una cerveza en la
mano, desequilibrado como la segunda teoría de la termodinámica siempre que actúa
en un cuerpo cerrado: escribe como dios, no como un dios cualquiera, como dios
y para eso hace falta años, horas, ventanas sin cortinas, matar los recuerdos
en un cenicero, siempre para poder sobrevivir en la flecha del
tiempo.
–Vuelve a casa.
–No puedo ahora, mi destino, ya sabes.
Necesitó años para quitarse la piel, para cambiar la
circulación de la sangre, para aprender a joder bien a una mujer y no a
frotarse sobre su barriga, de todo deja fotos tiradas por las redes, también
comenta sobre catalanes, feministas, niñas, políticos ladrones, chicas
asesinadas, dentro de sus botas no cabe cualquiera. No sé si alguna vez tocó
bien la guitarra, es posible, es posible que no hubiera guitarra dentro de la
funda, siempre tiene alguna chica pendiente de él, algún chico que le rellena
la mano con una cerveza, el momento entre la chica y el chico, su pensamiento
le devuelve un chiste, que alguien le contó hace años en Málaga, no sabe cual
es la razón de pensar en eso, el chiste es malo, pero le sigue haciendo gracia,
se lo traga con la cerveza que no sabe como ni quien le ha servido, no sabe
como llega al mar, ni como ha conseguido bañarse en calzoncillos con agujeros y,
de repente se encuentra durmiendo la siesta en la habitación de un piso sin
pintar, mal amueblado con sillas abandonadas, mesas rotas, vasos de los bares,
vino que alguien trajo y abandonó, una chica preciosa que no sabe como se
llama, duda de su edad, pero los pechos, el contorno de las caderas, eso es
real amigo, Camilo no hace preguntas,
mira con la mueca de creer que le ha tocado en una rifa de la feria, ella se
irá y esa historia de amor se va a perder al pulsar el botón de la cisterna,
tubería abajo, un espacio cerrado para mezclar sin revolver.
No somos amigos, no nos conocemos, leo algunos poemas suyos que le
salvaron en los tiempos sin chistes, fuera de serie, aprendiendo lo que se aprende en bares
donde no entran ni los lugareños viejos que de pronto se ponen de moda. Vive en Madrid, un Madrid que reconoce, bastardo, goyesco, cortesano, donde siempre hay alguien que le rellena la mano con una
cerveza, un barrio al que te acostumbras, que seguro que tiene una puesta de
sol, una sombra, un negro que trafica con mierda, alguien que da una fiesta en
un piso de estudiantes medio pijos, pregunto por un piso vacío que se realquile barato y techos falsos donde poder abrirse la cabeza si la levantas, en el barrio hay algunos pobres que viven entre cartones, algunos besos en los
portales, media docena de otros escritores a salto de mata que buscan un editor, que se pegan a escritores y columnistas jóvenes que han sacado plaza en la Villa, Madrid y una novia que se haga cargo de la faena, que se espabila rápido, que siempre dura poco, un recién llegado que pague la cuenta, que su
mechero termine inexorablemente perdido en otros Levis,
que invita a cigarrillos, que se ría aunque no mucho. Siempre aparece alguien que
en el momento culminante te invita en privado a una raya que dura lo que un
suspiro y adiós, alguien que tiene una teoría matemática que no termina de
salir ni resolver, que se embelesa imbécil como un dios pequeño a medio crecer,
que nunca llegará a ser profesor de instituto, a liarse con una alumna, a tener
una nómina de funcionario, que se colocará en la fábrica Fontaneda, y
el aburrimiento, cuando los demás se aburren, por el misterio de la termodinámica Camilo de Ory se pone a escribir hasta
que se olvida de donde está, con quién, que bajo sus pies se ha formado un
charco, hasta que de repente se desmaya en esa cama y sueña ser un
bañista feliz, bajo un sol suave y blando. En ese tiempo por algún tipo de cero
que suma, el cascarón esférico y compacto finaliza con una cromodinámica
cuántica en la elegante novela Osos en
bicicleta, ese es el riesgo, después de ocho libros y ocho editoriales
distintas, seguir dando dos pasos hacia delante, uno hacia atrás y seguir
avanzando a veces en la flecha del tiempo a veces contra el tiempo, caminando
con las mismas botas, veraneando los mismos veranos con ese amiguete que
siempre está ahí, pero que nunca paga y le acompaña hasta la siguiente
reseña. Cuatrocientas páginas que te van a servir para reírte de ti mismo, para ser francés, para lo que te de la gana. ¿Los detalles?, todo está en los detalles, eso, su María Kodama y llenar con una gran fiesta su pequeño sótano de Madriz.
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