Presentación en Bcn 18.9.19
Javier Calvo para Seix Barral
Los
lectores de Javier Calvo andan todos criando ratas, cambiando pañales,
cumpliendo pena. Así todo hoy en La Central de Mallorca todavía quedaban unos
cuantos de la vieja guardia, separados del público por un frondoso arriate, confinados junto a la cristalera, descorchando para la ocasión un
verdejo joven que siempre es más refrescante para el paladar cuando el paladar
todavía contiene algo de farlopa de la noche anterior, de esa misma tarde, o de esta misma noche. El resto del público son acólitos, discípulos, escritores sin nombre y sin puta la gracia, amigos
en general a los que si y no se permite la entrada en ese jardín. Javier Calvo tiene ese público, no el suficiente para una segunda edición, pero sí el suficiente
para pasar el rato, incluso entrar en la historia de la literatura de la ciudad y sus
premios, igual que Juan Vico, Tavares, Repila o Pablo Gutiérrez, todos de la
misma ganadería, todos sin segundas ediciones que firmar ni falta que les hace.
Javier además se puede permitir pasar largas temporadas, años con las ventanas cerradas, odiando
y deseando, recordando, ordenando todo ese desorden que se extiende desde
“América” hasta “Barcelona”, ida y vuelta, con la familia a hombros,
traduciendo el engranaje que hace girar esos dos mundos que le devuelve, le
acerca, le aleja de forma gravitacional e irracional tal que una mujer loca
respecto de sus enamorados. No oculta su labor de traductor, sus
obsesiones, de hecho se dosifica entre sus seguidores como pétalos de rosa en la cama de una amante, no se esconde de Cirlot, ni del mercando de San Antonio, no oculta a sus
autores favoritos, sin embargo y a falta de sinceridad, sigue sin conseguir que nada de todo eso entre en
colisión, no encuentra la forma ni la fortuna de generar una tormenta perfecta
sobre él y su literatura y de paso sobre sus amigos, que esperan el reparto de
beneficios aunque solo sea para seguir trotando durante toda la noche (una
noche mas) en esos bares de la ciudad Condal sin forma ni sueño, bien guardados
para siempre por Miqui Otero o Kiko Amat, presentes en el acto, Miqui como
Primera Persona, amigo-presentador y Amat pastoreando en vespa entre las viejas Harley y las nuevas eColtra,
acomodados en la fortuna de no crecer, de no envejecer, de negarse a esa
deseada segunda edición. Como siempre en cualquier presentación hay
algún amigo que falta, Robert Juan
Cantavella para quien Javi tuvo poco más que un suspiro y un comentario respecto del final de Piel de plata. La novela viene avalada por otro amigo, Manuel Vilas que tampoco estaba. Vilas desde Ordesa, de la que solo se pueden
encontrar quintas ediciones tal y como ocurre en La Central, no le ves en presentaciones, ni en los
bares, ni en las piscinas donde nadan y se ejercitan los tullidos, ya solo en los periódicos y en las fajas de los libros como este, en la que sin cortarse un pelo sentencia "un nuevo guardián entre el centeno que actualiza y renueva a Salinger"; y en esto
Miqui con esa mandíbula juvenil tan cuadrada que siempre quiere el bien, con una naturaleza fuera de serie, me conmueve profundamente al hacer que esta presentación dure veinte años. Tiempo suficiente para que todos podamos comprender los límites de la realidad; y ese tiempo lo condensó, temeroso de dios y de Javier Calvo, en un sola frase que sonó a tiro de gracia:
–Señor, dame alas o quítame las
ganas de volar.
Y el libro se bautizó bajo el arrullo de las palomas en este patio del ensanche, sin
preguntas, sin prensa, con la asistencia de todos y de nadie, de Tomas Nochteff y Carmen
Burguess, Manuel Gris, Colectivo Juan de Madre, Bronwin, familiares y desde Facebook el espectro de Ramón Buenaventura.
Los dos señores de la foto volvían en metro a sus casas, ajenos del peligro, tranquilos, sin mucha suerte, sin puta vida y con whatsApp, casi adolescentes. El regreso (del pantano de la adolescencia) a L'Hospitalet siempre deja imágenes duras. Seguimos necesitando amigos, estancias largas en "América" y entre los dientes la Piel de Javier Calvo.